Ya estamos en septiembre, que junto con octubre, y en función de las condiciones del mar, son los dos meses ideales para visitar el archipiélago de Fernando de Noronha. Durante los últimos meses me ha alegrado ver el interés de muchos lectores del blog por conocer Noronha, y he sentido una sana envidia al enterarme de los viajes a la isla planeados por varios de ellos. Ya sabéis que en la entrada Destinos: Fernando de Noronha de este blog tenéis bastante información práctica sobre la isla.
Hace pocos días un lector preguntaba por mi entusiasmo por Noronha. ¿Realmente te gusta tanto? La respuesta es inequívoca: sí. Para mí Noronha es el espacio natural más maravilloso de Brasil (en la parte terrestre solo los Lençóis Maranhenses están a su altura), y tengo dos motivos para pensar así. La primera razón es la increíble belleza de sus paisajes, tanto fuera como dentro del agua. En este sentido, me gustaría hacer una puntualización: si no pensáis bucear, aunque solo sea con tubo, todavía sigue valiendo la pena ir a Noronha, por la belleza de sus playas. Pero no vais a ver el 50% de las maravillas que Noronha guarda. Nosotros no buceamos con botella (experiencia descrita por todos cuantos han tenido el privilegio de realizarla en Noronha como maravillosa) y aun así, casi no salimos del agua en la semana que estuvimos en la isla. Armados únicamente con unas aletas, una máscara y un tubo (se puede alquilar también un chaleco salvavidas para el que no se sienta tan seguro de sus habilidades como nadador; el único inconveniente es que el chaleco no permite bucear con facilidad, tan solo garantiza la flotación en la superficie del agua), nos deleitamos durante interminables horas con todo lo que aparecía antes nuestros ojos. En Noronha no hace falta alejarse mucho de la orilla para sorprenderse. Cada playa guarda una sorpresa para el que la busca.
La segunda razón de mi pasión por Noronha es la percepción bien real que uno tiene de que en la isla la preservación ambiental se lleva muy en serio. Lo cual no deja de ser, no una bocanada, sino un huracán de aire fresco en el contexto brasileño (algunos recordaréis la entrada que escribí hace poco sobre el delito ambiental en la zona de Arraial d’Ajuda). En un país en el que a uno le queda la impresión de que el ecoturismo no es más que una etiqueta utilizada por las autoridades para traer turistas con alto poder adquisitivo al país (la Embratur declara abiertamente que a partir de ahora solo se va a dedicar a promover Brasil en el extranjero en los países que envian turistas con mayor poder de compra), encontrar un lugar en el que el turismo se hace respetando la naturaleza llega a emocionar.
Hasta aquí la parte maravillosa de Noronha. Porque toda moneda tiene dos caras. Las opiniones de dos brasileñas, expresadas en sendos blogs, sirven de puente cronológico entre una y otra cara. Por un lado, la bióloga Lucia Malla explica el por qué de las vibraciones positivas que le produjo Noronha cuando la visitó en 2003 en la entrada Fernando de Noronha: exemplo para o mundo. Su análisis describe una realidad que se parece mucho a lo que vimos en Noronha en 2002. Por otro lado, la periodista Alice Watson pasó hace poco tres meses en la isla, y en tres artículos cuenta lo que vio antes de ser invitada por las autoridades a abandonar la isla por haber hablado -o, más bien, escrito- más de la cuenta: Decepções depois de três meses en Noronha, A infância em Noronha, Triste despedida de Noronha. No me parece que dos relatos aparentemente tan contradictorios sean excluyentes. Lo que relata Lucia, esa preocupación por el medio ambiente -especialmente vista dentro del contexto brasileño- existe y es bien real. No perdamos de vista que su texto está basado en una visita a Noronha en 2003, y desde entonces ha llovido mucho en la isla. Los problemas apuntados por Alice tampoco son fruto de la fantasía. Lo que me inquieta es la sospecha cada vez más fundada de que las fracturas en el paraíso apuntadas por Alice se van extendiendo y colocando en peligro la estabilidad de las virtudes de Noronha que Lucía vio y relató en 2003.
Los poderosos siempre encuentran una forma de burlar la ley, y en Noronha no ha sido diferente. Muchos de los aspectos que rodearon a la construcción de una conocida pousada de lujo en Noronha, con fundadas sospechas de que se hizo burlando las restricciones impuestas por la ley, no son más que una ilustración del poder omnímodo de las élites (tanto en Brasil como en tantos otros lugares del mundo). La construcción de esa pousada, y la aparición de otros establecimientos al alcance del bolsillo de bastante pocos, se insertan en el contexto de una progresiva elitización de Noronha.
Desde la industria turística, a través de sus diferentes canales de comunicación, unos más explícitos que otros, se nos dice que es bueno que haya establecimientos de lujo en Noronha porque estos atraen turistas con dinero. Turistas que no venían antes a Noronha porque no había «lujo». Ese dinero redundaría en la prosperidad de todos en el archipiélago y, por ende, en el país. Esta forma de pensar, que no es ni siquiera neocon, y sí adepta a la veterana teoría del derrame, se inserta en el contexto de un crecimiento sustancial del mercado de productos de lujo en Brasil, en cuyo catálogo ahora puede entrar Noronha con todas las de la ley. Evidentemente, si el lujo contribuyera al reparto de la riqueza, Brasil sería el país más justo del mundo.
Pero es que además, ¿será que no se han dado cuenta de que el lujo en Noronha es la naturaleza, no los establecimientos hoteleros? ¡Hasta las pousadas más básicas ahora ofrecen agua caliente y aire acondicionado! Perdón, pero la inmensa mayoría de los amantes de la naturaleza -en el sentido más amplio del término- están dispuestos a alojarse en condiciones tan espartanas. Para poder satisfacer las exigencias de la minoría que demanda un lujo incompatible con el entorno natural de Noronha, la isla va a pagar un precio ambiental muy caro.
Lo que me hace pensar si lo que realmente necesita Noronha es más dinero (y dinero llama a dinero, como podemos ver con la llegada de chefs más sofisticados para trabajar en la isla) o encontrar una forma de facilitar la vida de los que quieren ir a Noronha pensando en las aguas cristalinas, en Sancho, en las aves, los peces, las tortugas, los delfines y no en las almohadas de pluma de ganso y las televisiones de plasma en los cuartos. A uno le queda la impresión de que, cada vez más, Noronha se está convirtiendo en un sueño al alcance de pocos. Para muchos apasionados por la naturaleza, por la fauna, por el mar, por el buceo, Noronha es un sueño imposible. Para otros que nunca se van a calzar unas aletas, Noronha es una marca más en una larga lista de destinos (claro que no estoy diciendo que haya que interrogar a los visitantes sobre los motivos de su visita a Noronha. Tan solo expreso mi deseo de que no se intente convertir Noronha en algo que no es). Leo que el archipiélago y la conocida pousada ya han recibido hasta un avión particular transportando a dos pilotos, cuatro azafatas, un jeque árabe y sus concubinas.
Ya he apuntado los desajustes que el lujo trae al precario balance medioambiental. Como relata Alice Watson, basta dar un vistazo en la basura de las pousadas de lujo para ver los alimentos que son desperdiciados a diario. A un huésped de lujo no se le puede servir un tomate que no sea perfecto, aunque el fruto haya tenido que venir en barco desde el continente. A un huésped que ha pagado R$2.700 (1.000€) por noche no se le puede pedir que ahorre la energía que Noronha no tiene y que tanto cuesta producir. No se le puede exigir que tome un baño rápido para que sobre algo de agua para los habitantes de la isla.
Cuando riqueza y medio ambiente se enfrentan, normalmente la cuerda se rompe siempre por el mismo lado. A vosotros que venís a Brasil desde fuera el consejo es que aprovechéis para conocer Fernando de Noronha ahora. A pesar de cara, el poder adquisitivo de la moneda que viene especialmente del norte hace que Noronha sea mucho menos prohibitiva de lo que lo es para el turista brasileño. Conoced el paraíso ahora que Noronha todavía se debate en la encrucijada del conservar a toda costa o atender a las demandas de la ínfima minoría de la población. Y cuando volváis, contad al mundo lo que os encontrasteis a vuestro paso.
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