Saqué la foto que encabeza esta entrada – que no tiene ningún mérito artístico – mientras circulábamos en una furgoneta dentro del lado brasileño del Parque Nacional de Iguazú. De repente, un puma (onça en portugués) atravesó tranquilamente la carretera, sin que le parecieran molestar demasiado los vehículos que iban y venían. No debía haberse confiado tanto. Ocho años después de la foto, un desgraciado atropelló y mató a un pariente suyo, uno de los 10 jaguares que se calcula que quedan dentro del parque y, a sabiendas de lo que hacía, retiró el animal de la carretera y huyó. El atropello se produjo de madrugada, cuando solo los vehículos autorizados pueden entrar en el parque (Onça morre atropelada em Foz do Iguaçu).
La muerte del jaguar, ocurrida hace ya varias meses, provocó reacciones en la región y suscitó un debate sobre la forma sustentable de explotar el parque. Qué relación tan complicada, la de hombre y naturaleza. Incluso dentro de lo que debería ser un espacio sacrosanto, como es un Parque Nacional.
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