Es innegable que el encuentro con los animales en su ámbito natural forma una parte irrenunciable de cualquier experiencia de turismo en contacto con la naturaleza. Desde los osos polares del Ártico a las ballenas de la Patagonia pasando por los corales del sudeste asiático, todo el mundo corre atrás de ese momento mágico que supone contemplar a seres vivos en su entorno natural. Ese deseo de estar cerca de la fauna en su hábitat natural puede incluso ser positivo al ayudar a promover la conciencia de cómo es importante su conservación.
Se discute también desde hace mucho tiempo cómo se debe promover una interacción responsable con la fauna y hasta dónde llegan los límites de ese contacto. En los casi ocho años que llevo viajando por Brasil he visto una relación con la naturaleza francamente agresiva (con notabilísimas excepciones que no hacen más que confirmar la regla). Las dos fotos que ilustran esta entrada (créditos de los fotógrafos, al final de la entrada) son exponentes de esta peculiar versión a la brasileña del ecoturismo, en el que la interacción con la fauna, ya sea amenazada o no, no se rige por criterios de sustentabilidad y sí por la satisfacción de la demanda de los turistas. La captura y manoseo de animales salvajes, la extracción de su hábitat natural, y la alimentación masiva y descontrolada son moneda corriente en buena parte del litoral brasileño. Y quizás lo más preocupante sea descubrir la perplejidad y hasta indignación de quien realiza estas prácticas cuando los interpelas y les señalas que lo que están haciendo no es una práctica sostenible.
Nos gustaría que el Ministerio de Turismo brasileño, que ha juzgado oportuno invertir recursos en traer al país un turismo de un alto nivel adquisitivo (Golf en Brasil, Turismo Náutico en Brasil) hiciera, cuando menos, un esfuerzo similar para divulgar las prácticas del ecoturismo y el turismo sostenible, comenzando por la capacitación y formación de los trabajadores del sector. De nada sirve proclamar a los cuatro vientos que Brasil es uno de los principales destinos ecoturísticos del mundo si cuando el visitante llega con sus codiciadísimos euros o dólares contempla horrorizado algunas de las tropelías que se practican con los indefensos animales.
A vosotros que vais a hacer excursiones en la playa. Los animales salvajes, salvajes son. Saben buscarse la comida, no les suele gustar que los toquen y en el caso de los peces les sienta bastante mal que los saquen del agua. Si son tan bonitos nadando en libertad, ¿para qué someterlos a crueldades?
FOTOS: la primera es de Kary, amiga y colaboradora del blog y la hizo en Arraial do Cabo, Río de Janeiro. ¡Qué pena que no hubiera ningún inspector del Ibama cerca! La segunda foto es de Cris Martins, amiga brasileña del blog, y la hizo en el Pontal de Maraçaípe, Pernambuco, donde funciona un proyecto de preservación llamado Projeto Hippocampus. Los bichitos pasan varias veces al día por la rutina de entrar en el maldito frasco para que los vean los turistas y volver al agua, entrar en el frasco, volver al agua. Tengo entendido que parte de los caballitos de mar encontrados ahí fueron creados en laboratorio por lo que la oferta de bichitos debe estar garantizada. En otras partes de Brasil donde los pescadores se ganan la vida sacando caballitos de mar para disfrute de los turistas la presencia de los peces es cada vez más escasa.
Actualización: en los últimos días nos han llegado al blog relatos de abusos cometidos en otras partes de Brasil. En Ilha Grande a algunos marineros y pescadores les parece genial sacar tortugas marinas del mar para que los turistas les puedan hacer fotos. Esa conducta no solo es reprobable y lleva a un camino de no retorno en que las tortugas acabarán desapareciendo de la isla. Es crimen ambiental, y como tal, debe ser denunciado.
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