El sacolão es la verdulería brasileña. A lo grande. Cada barrio tiene uno, y cada persona tiene su sacolão favorito. Nuestro sacolão actual es de dueños japoneses, lo que en São Paulo es garantía de calidad, ya que fueron (y siguen siendo) los inmigrantes japoneses los que tomaron las riendas de la producción hortofrutícola en la región.
Es divertidísimo ir al sacolão, siempre hay un nuevo descubrimiento, una fruta del Amazonas, una esquisitez japonesa. Por no hablar de las numerosas variedades de frutas ya conocidas, como el plátano, la piña, el mango.
En una visita reciente al sacolão, los chicos que van colocando las frutas en las mesas habían organizado una montaña interminable de naranjas (hago un inciso, la naranja es una de las pocas frutas brasileñas que siempre me ha decepcionado, probablemente acostumbrado a las delicias del Levante español; y ojo que el estado de São Paulo es una potencia mundial en el cultivo del cítrico).
En el sacolão el cliente escoge las frutas, que va colocando en su carrito para después pesarlas en la caja y pagar. El cliente puede tocar, manosear e incluso probar las frutas que han sido previamente abiertas para ese fin. Atención a los brasileños, ni se os ocurra reproducir vuestro comportamiento en el sacolão cuando viajéis a España, donde corréis el riesgo de tener vuestras extremidades amputadas por los celosos tenderos de las verdulerías, que en muchos casos jamás de los jamases permitirán que un cliente ponga la mano en la fruta.
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