Aventura en el Maracaná

Maracanã

Brancellao, brasilófilo confeso y viajero incansable, es un buen amigo de este blog. Acaba de volver de su más reciente viaje a Brasil, y nos lo cuenta con su estilo inconfundible en Rio maravilhoso. Además del relato de su viaje más reciente, en su página encontraréis también un extenso relato de su viaje a Brasil en 2005 (visitó Río, Ilha Grande, Iguazú, Recife, Olinda, Noronha, Salvador, Morro de São Paulo y la Costa do Descobrimento).

Como aperitivo, nos ha cedido gentilmente un extracto correspondiente a la aventura que vivieron una tarde de domingo soleado, en la que el destino les llevó – y casi no les trajo de vuelta – al Maracaná. Os dejo con su relato:

AVENTURA EN EL MARACANÁ

El partido de fútbol no comienza hasta pasadas las seis, lo que nos permite aprovechar todo día en la playa. Hemos elegido para comer Arab, un árabe de Copacabana, la caminata es agradable. El restaurante está en primera línea de playa, es un selfservice (comida a kilo) con mucho éxito. La comida está bien, pero sin alardes. La acompañamos de unas caipirinhas y pagamos 65 reales.

Regresamos a Ipanema otra vez a pie, caminamos unos tres kilómetros, nos damos un último chapuzón antes de ir salir hacia Maracanã. Hoy juegan dos equipos de la ciudad Vasco da Gama y Botafogo pero todo el mundo está pendiente de Romário y de que marque su ansiado gol número 1000. Esta tarde al menos no llegará. Hemos decidido ir en metro y con ropa de playa, lo más discreto posible: unas bermudas, algunos reales para comprar la entrada, unas havainas y una camiseta simple.

Caen las cinco mientras esperamos el autobús integrado con el metro. Le llaman metrô-na-superficie, tiene la ventaja de que hace menos paradas y el billete es válido para el metro, de modo que el largo trecho que separa Ipanema de Maracanã cuesta sólo 2,30 R$ (menos de un euro).

Tomamos el metro en el andén de la estación Siquiera Campos de Copacabana, es la Línea 1 que pasa por Botafogo, Flamengo y todas las estaciones del Centro, cuando lleguemos a la parada Estácio debemos bajarnos y coger la línea 2. Maracanã es la segunda parada, la primera es São Cristovão, donde se encuentra la Feira Nordestina.Los hinchas de Botafogo y Vasco van ocupando los vagones, se masca ya el ambiente del derby. Cuando nos apeamos, el barrio de Maracanã es un hervidero.

El partido está a punto de iniciarse, la dotación policial es muy nutrida y está bien pertrechada. Camino del estadio en el paso a nivel de acceso, la multitud corre hacia nosotros, detrás de la policía. Ya nos habían avisado de que suele haber briga, pero la carga nos sorprende en un lugar delicado. Primero corremos hacia un lado, después nos damos cuenta que en caso de que se pongan las cosas difíciles quedarnos al borde del abismo puede ser lo peor y reculamos.

El corazón late a mil pulsaciones. Después de que la carga haya cesado seguimos adelante, se produce otra de menor intensidad. En los accesos al estadio hay mucho movimiento, no sabemos exactamente lo que sucede, como si las fuerzas de seguridad tratasen de contener a los que intentan entrar. De pronto, desde nuestra posición observamos una multitud que sube en tropel por una rampa dentro ya del estadio.

Por fin llegamos a las taquillas, pero están cerradas, la gente y la policía nos dice que las entradas estás agotadas, que no van a dejar entrar a nadie más. Resulta muy extraño pues nos todo el mundo nos dijo que no habría problema para obtener una entrada.

A pesar de la confusión reinante decidimos rodear el estadio. Se producen intermitentes cargas de la policía, arreones, debemos andar con tiento. Hay mucha gente fuera del estadio, al parecer sin entrada y el partido ya ha comenzado. Todo el mundo nos confirma que está todo agotado, ni siquiera los cambistas (los reventas) venden pases a estas horas.

De vez en cuando grupos de cincuenta o sesenta personas corren en la misma dirección como si en algún lugar del estadio todavía fuese posible entrar. Pensamos en irnos, el clima se caldea y la situación no es segura, pero el ambiente es contagioso y continuamos avanzando.

Seguimos a un grupo y vemos como la multitud se apelotona. Están dejando acceder a algunas personas, pronto nos damos cuenta de que portan la deseada entrada. Dentro del estadio gritan goooool. ¿De quién?. ¿Marcó Romário? No, ha sido el Botafogo.

Nos tropezamos con un par de reventas, la gente se pelea por sus entradas, conseguimos separar a uno que dice tener dos y las vende por 100 reales (obviamente son las más baratas, de 15 reales cada una), pechinchamos hasta 70 las dos, menos no las deja. La policía hace acto de aparición y el cambista se escurre.

Volvemos a por él, antes de soltar el dinero le pido que me deje ver los tickets, pone inconvenientes, finalmente accede: parecen auténticos pero uno de ellos me mosquea. Dudamos si comprarlas, pero de qué nos sirve una sola válida…desistimos.

Decidimos volver por donde vinimos, alguien ha dicho que en la zona de los tornos que hemos dejado, algunos reventas todavía disponen de entradas. Ni rastro. La multitud está inquieta como si en cualquier momento quisiese derribar los controles, pero la policía no se anda con contemplaciones y a la menor oportunidad suelta la porra con contundencia. Procuramos mantener cierta distancia con los puntos calientes pero la masa termina envolviéndonos.

Detrás de los tornos de control hay fuerzas de seguridad, cubriendo la entrada aún más dotaciones, la multitud sacude las vallas de cierre. Una puerta corredera se entreabre, no sabemos el motivo pero algunos individuos consiguen acceder al interior, otros reciben estopa aunque cada vez entra más gente.

Cometemos la temeridad de acercarnos y le preguntamos a los empleados que están detrás de los tornos que sucede, uno de ellos nos señala el tumulto y con gesto confidente nos invita a sumarnos a la marea humana que entra a presión.

Aún hoy me pregunto qué nos movió a meternos en aquel mogollón, pero a pesar de tener la amenaza de las porras sobre nuestras cabezas conseguimos franquear la puerta entre una muchedumbre enloquecida que saltaba de alegría al verse dentro del estadio. Tampoco sabemos realmente lo que ocurrió, entra dentro de la lógica pensar que para evitar males mayores decidiesen contentar a los “sin entrada”.

Nos dejamos arrastrar entre el gentío. Los vomitorios de las gradas están colapsados, no hay modo de acceder al graderío. Lo intentamos por varios lugares hasta que por fin vemos uno más desatascado. Como niños traviesos nos encaramamos por el murete e instantes después conseguimos unos asientos en la bancada.

Corre el minuto treinta de la primera parte, somos parte de la hinchada del Botafogo, la zona de prensa está a nuestra derecha. Maracanã luce sus mejores galas con un lleno a reventar, el ambiente es indescriptible. Como reza el lema de la torcida del Vasco “el poder no puede ser dado, ha de ser conquistado”.

Romário, deambula por el campo, parece un fantasma, todo el equipo juega para él. Falla tres grandes ocasiones. El Botafogo termina venciendo por 2-0, ondean sus enormes banderas al ritmo de los cánticos.

Después del partido, terminamos de rodear el estadio para encontrar el metro o eso creemos pues entramos por equivocación en lo que debe ser una estación de tren de cercanías. Las pintas tiran para atrás. Subimos al tren que enlaza con la estación Central, allí nos indican como llegar al andén del metro que se dirige al Sur.

Llegamos a Ipanema sanos y salvos. Comemos un petisco en un lachonete y bebemos unos chopes en el archifamoso Garota de Ipanema con un look de faveleiros que desentona entre tanto guiri recién maqueado que cena en el local.

Cuando regresamos hacia el hotel, las calles de la ciudad nos ofrecen un último espectáculo. Tres chavales irrumpen en la calzada interrumpiendo el tráfico mientras exhiben su destreza en el arte de la capoeira. Los conductores terminan por resignarse, mientras los viandantes contemplan absortos el incidente. Son espectaculares: unos saltando por encima de los otros, pidiéndoles a los coches que sigan circulando para saltar también por encima de ellos.

La piel se me pone de gallina… esto es Río de Janeiro. Esto es Brasil. Emocionante, espontáneo.

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