En Brasil un motel, omnipresente en el paisaje de las grandes ciudades y también en las zonas rurales, no es un hotel sencillo, al estilo norteamericano, aunque muchas veces se encuentre también al lado de la carretera. Los moteles brasileños equivalen a los albergues transitorios sudamericanos (los telos rioplatenses), lugares a los que las parejas acuden a pasar unas horas regocijándose en las artes amatorias, del tipo que prohibe la iglesia católica a los que no han recibido el sacrosanto sacramento del matrimonio. Con excepción de algunos lugares más barriobajeros, los moteles no están asociados con la prostitución. Son usados únicamente por parejas, amantes, y especies similares. Al motel normalmente se va en coche, y de él se sale en coche también, lo que garantiza el anonimato. La entrada al cuarto se encuentra localizada en el fondo del garaje en el que se aparca el coche.
Los brasileños, tan sensuales ellos, han hecho del motel todo un arte. Existen moteles de todos los precios y tamaños. Los moteles más sofisticados tienen habitaciones exageradas con varias camas (una de las cuales ha de ser necesariamente redonda), piscina con cascada de agua, sauna, jacuzzi, silla para juegos eróticos, techo corredizo que permite ver las estrellas por la noche, canales porno, pantalla de vídeo gigante, espejos por todas partes, garaje privado para dos coches, comida, cena, desayuno, etcétera. Las invenciones no paran.
La estancia en los moteles se paga por horas. Son más caros por la noche y durante los fines de semana.
Si queréis divertiros un poco – o quién sabe, informaros para un próximo viaje – aquí tenéis una Guía de Moteles brasileños.