Por razones que quedarán obvias al leer el texto, esta entrada no está ilustrada con fotografías.
Esta y la próxima entregas son muy importantes porque vamos a hablar de un factor imprescindible para la fotografía de calidad: el enfoque. Pero antes, vamos a hacer un pequeño experimento. Leed la siguiente frase:
Me gusta volar en habión.
¿Qué os ha llamado la atención? Claro, para la inmensa mayoría de los hablantes nativos, lo que más llama la atención de esa frase no es el contenido de la misma, sino la forma, con esas gloriosas faltas de ortografía en la palabra «habión». La mala noticia es que el efecto que produce una fotografía desenfocada en el apreciador de la buena fotografía es el mismo que el que os ha producido mi «habión». Es la primera cosa que se ve (solo se ve antes una foto torcida; hablaremos también de ellas en estos apuntes), llamando la atención negativamente sobre las habilidades del que hizo la foto. Una foto desenfocada (existen excepciones en las que el desenfoque es intencional, me refiero aquí al desenfoque por fallo del fotógrafo) es una agresión al espectador.
Hay diferentes tipos de errores al enfocar, pero aquí voy a considerar una foto desenfocada como aquella en la que ningún plano de la imagen está enfocado o aquella en la que hay un único plano enfocado pero no es el objeto principal de nuestra composición.
Es duro decirlo, y todavía más duro admitirlo, pero el lugar de las fotografías desenfocadas es la papelera. Desgraciadamente, no sirven para nada. Podéis guardarlas si tienen un valor sentimental o documental, pero no las enseñéis, de verdad. Es el equivalente a gritar, fijaos, ¡no sé fotografiar!
En la segunda entrega de esta serie –Fotos desenfocadas (y 2)-) vemos las razones por las cuales las fotografías salen desenfocadas.