Los habituales del blog recordaréis una entrada que escribí hace varios meses sobre las duchas brasileñas. De nuestro reciente viaje a Arraial volvimos con una nueva y fascinante experiencia en el equipaje, que me dispongo a compartir con vosotros ahora. No identificaré el lugar, por aquello de que se menciona el pecado pero no el pecador y, especialmente, porque cometimos el absolutamente imperdonable error de no fotografiar lo que vimos. La imagen que presento a continuación es una recreación computadorizada del escenario del crimen.
Prometo que, a pesar de los tintes cómicos, nada de lo que cuento aquí es inventado.
Pasamos por tres cuartos diferentes en una de las pousadas en las que nos alojamos (los más sagaces que guarden esta pista, dentro de unos días conseguirán identificar el lugar del crimen). El cambio de cuarto fue motivado por razones ajenas a lo que aquí se describe. Todos los cuartos tienen una amplia ducha con agua caliente proveniente de un calentador central que alimenta a todos los cuartos de la pousada. Después de abierto el grifo [la canilla, la llave], el agua caliente tardaba en llegar a la habitación de 5 a 10 minutos. Todo ese tiempo, tirando agua por el desagüe. La situación se agravaba por el peculiar rotulado de los grifos. El del agua fría estaba identificado con una hermosísima letra F. Hasta aquí, todo normal. Pero es que el del agua caliente estaba identificado también por otra hermosísima letra F. ¡Qué bonitas las dos Fs juntitas! Semejante falta de imaginación dio lugar a escenas desesperantes.
1. Abro el grifo F de la derecha (que luego descubriríamos que era el del agua caliente). Espero 5 minutos y como no sale agua caliente, doy por descontado que el grifo del agua caliente es el de la izquierda.
2. Abro el grifo F de la izquierda (que era el del agua fría). 5 minutos, y no sale agua caliente. 10 minutos, y no sale agua caliente. Si hubiéramos esperado 2 horas, tampoco habría salido agua caliente.
Ese día nos duchamos con agua fría.
Nos cambiaron de cuarto. Lo primero que hacemos, dar un vistazo a la ducha. Y ahí, crueles ellas, estaban las dos Fs de nuevo, esperándonos para tomarnos el pelo. Qué poco se imaginaban que ya estábamos en poder del secreto mágico de la doble F.
1. Abro el grifo F de la derecha (que, como ya habíamos descubierto en el otro cuarto, era el del agua caliente). Nada, 10 minutos y no sale agua caliente. No es posible.
2. Abro el grifo F de la izquierda (que, como ya habíamos descubierto en el otro cuarto, era el del agua fría). 5 minutos y no sale agua caliente.
Como yo no me volvía a duchar con agua fría, me vestí y bajé a la recepción para ver lo que pasaba. A lo mejor con tanto grifo abierto habíamos agotado el embalse que abastece al pueblo. Apareció el dueño de la pousada y dijo que no había ningún problema, que era solo abrir el grifo del agua caliente y dejar correr el agua. Le dijimos que no era posible, que ya lo habíamos intentado. Y ahí no le quedó otro remedio que contarnos un pequeño y delicioso secreto que precedió a nuestro segundo cambio de habitación (también por motivos más serios que el del misterio de la doble F). Al albañil que hizo la instalación de las tuberías del agua no se le ocurrió nada mejor que invertir el orden de las tuberías. De modo que en el cuarto 2, la F de la izquierda era la del agua caliente, no como en el cuarto 1 donde la F de la izquierda era la del agua fría. De la misma forma, ahora la F de la derecha era la del agua fría mientras que la F del otro cuarto era la de la derecha. ¿Me seguís?
En el tercer cuarto ya saltamos la fase de vaciar casi un embalse entero para conseguir descubrir si la F de la izquierda era el agua fría, como en el cuarto 1, o si era el agua caliente, como en el cuarto 2. Le preguntamos directamente al dueño si el cuarto 3 pertenecía a la categoría «al albañil le dio por cambiar el orden en este cuarto» o si seguía el orden de la mayoría de los otros cuartos.
Después de tamaña ensalada de Fs, de cambios de cuarto y de duchas frías llegué a la inevitable conclusión de que estábamos siendo víctimas de alguna cruel venganza perpetrada por «el sistema», el consejo superior de las duchas que aguardaba ese momento desde la publicación del primer artículo al que hice mención al comienzo de esta entrada. ¡Vade retro, ducha embrujada!
P.S.: no sé cuánto cuesta la letrita Q (de quente, caliente) pero seguro, seguro, seguro, que menos que la cantidad de agua que se desperdicia en un único intento de encontrar cuál es la fría y cuál la caliente. No sé por qué, pero me parece que el dueño de la pousada no compartía esta misma conclusión.
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